domingo, 29 de junio de 2014

CAPÍTULO TRES

La mujer abnegada me conduce hasta una de las salas y me dice que pase. La estancia es poco acogedora, pequeña y vacía, salvo por un sillón que hay en el centro, un ordenador y un taburete en el que hay un chico de ropa gris, abnegado. Es rubio y joven, con barba de unos dos días. No deja de teclear los botones del ordenador y ajustar los cables que salen de éste. Levanta la mirada cuando entro y me dedica una amable sonrisa.
-Hola Eleanor - saluda - Siéntate, por favor.
Lo obedezco y avanzo con firmeza hasta sentarme en el sillón, que gira automáticamente y después el respaldo se echa hacia atrás. Sin necesidad de que el chico me dé instrucciones, me acomodo y, en silencio, observo lo que hace. Saca de una caja una aguja con un líquido plateado en su interior. Me estremezco un poco, pues no me agrada que nadie se acerque con algo tan afilado hacia mí. Sin embargo, tras desinfectarme con algodón la zona del cuello en la que pretende pincharme, introduce la aguja con delicadeza. Noto como presiona el émbolo y el líquido entra en mi organismo, afectando a todas y cada una de mis células.
La realidad comienza a volverse borrosa mientras el chico me cuenta que el suero me trasladará a una simulación para conocer a qué facción pertenezco. Como si no lo hubiese estudiado cientos de veces. Además, es mi facción la que aporta el suero.
Casi sin darme cuenta, el hormigueo se extiende por todo mi cuerpo, desde la cabeza hasta los pies, y el sillón sobre el que estoy tumbada parece desaparecer. Siento unas grandes náuseas y cierro los ojos ante el peso de mis párpados, zambulléndome en una inmensa e inquebrantable oscuridad.
De repente, la presión sobre mis ojos parece desaparecer y a través de ellos distingo claridad. Cuando los abro, parpadeo repetidamente por el deslumbramiento. Cuando mis pupilas se adaptan a la luz, me sorprende encontrarme en el comedor del instituto. Intento buscar en los recuerdos, pero no consigo hallar ninguna pista que me indique por qué o cómo he llegado hasta aquí. ¿Dónde estaba hace tan solo unos minutos?
Completamente desorientada, me acerco a la única mesa de metal que hay, algo que resulta de lo más sospechoso. Giro sobre mí misma para observar el resto de la estancia, pero ésta está completamente vacía. Las paredes blancas ahora parecen no tener fin. ¿Por qué me noto tan extraña e incómoda? ¿Por qué siento como si un par de ojos estuvieran clavados en mi nuca?
-¿Hola? – pregunto, incapaz de soportar esta sensación.
-Escoge uno. –de las paredes de la sala surge una amenazadora voz de hombre, que hace que el vello de la piel se me erice.
Miro con el entrecejo fruncido a un lado y a otro, abarcando todo el comedor. Pero no hay nada, salgo la mesa de metal. Un extraño impulso me obliga a aproximarme a ella, en la que han aparecido dos grandes platos de metal plateado. Uno de ellos contiene un trozo de queso y el otro, un cuchillo. La hoja de este último, es afilada y reluciente, más que el metal del plato en el que se encuentra. Sin pensarlo dos veces, acaricio con los dedos el filo de la hoja del cuchillo, sin llegar a cortarme, hasta llegar a la empuñadura, que cojo con delicadeza.
En ese instante, los platos desaparecen. Agarro con fuerza el cuchillo y me giro para enfrentarme a cualquier cosa, apoyando la espalda en la mesa de metal. Las paredes blancas acaban por marearme con su apariencia infinita. Entonces lo veo. Hay un perro justo en el extremo opuesto de la sala. Parece un cachorro.
Dejo caer mis brazos a ambos lados, aliviada, y contemplo con admiración como el animal se aproxima hacia mí. Inconscientemente, me relajo. Siempre me han gustado los animales, en especial los perros grandes de pelaje oscuro. ¿Grandes? No, el animal ahora es mucho más grande que hace tan solo un par de segundos. Muchísimo más. Comienzo a caminar de espaldas en un intento de alejarme de él, pero en seguida me topo con una pared que hay a mi espalda. Ni siquiera estaba ahí hace un momento. Bajo la mirada hacia mi mano derecha, donde aún agarro con fuerza el cuchillo. No hay forma de escapar del animal a menos que…
Trago saliva, aunque no por temor. No les tengo miedo a los perros, pero si éste sigue acercándose hacia mí y supone una amenaza, no me quedará más remedio que matarlo. Y no me hace gracia tener que matar a un animal tan espectacular. Me fijo en sus patas traseras, levemente flexionadas. Son todo músculo. El animal, que ha comenzado a gruñir, sigue aproximándose más a mí. Ahora es enorme y si abandonara su postura de ataque y se pusiera recto llegaría sin problemas a la altura de mi cuello.
No puedo seguir allí, contra la pared, esperando a que el animal decida atacarme. Rápidamente tomo la decisión y, cuando ya solo nos separan dos metros, me lanzo sobre él.
Noto como el cuchillo atraviesa limpiamente las costillas, casi sin rozarlas. El perro gime y, cuando saco el cuchillo y me dispongo a asentarle otra puñalada, cae al suelo. Muerto. Me doy un par de segundos antes de incorporarme, apoyada en el lomo del animal, que ha dejado de moverse al son de su respiración. Por el tamaño, el animal se asemeja demasiado a un caballo.
Contemplo mis manos y mi ropa azul de erudita manchadas de sangre. Justo entonces, noto una fuerte corriente de aire que me sacude el pelo y la sangre de mis manos se limpia de inmediato, al igual que el cuchillo, que se convierte en humo y desaparece a pesar de mis intentos por retenerlo. Siempre me he sentido segura con un arma en la mano.
Cuando levanto la mirada me encuentro en un autobús. No hay nadie, salvo un hombre oculto tras un periódico. De nuevo tengo esa sensación de vacío e inseguridad y soy incapaz de recordar cómo he llegado hasta aquí o qué ha sido lo último que recuerdo.
Por alguna razón, ignoro todos los asientos libres y me siento justo frente al hombre. Es un impulso, pues siempre he preferido la soledad antes que sentarme junto a un desconocido o a cualquier conocido que no fuese mi hermana.
El hombre, sin descubrir su cara, golpea con una mano la portada del periódico, en el que se muestra la imagen de un hombre moreno y de rasgos comunes. Todas las personas que recuerdo haber conocido tienen un increíble parecido con él: mi padre, mis vecinos, mis compañeros de clase… Todos tienen algo en común con las facciones del hombre de la fotografía.
-¿Lo conoces? Es muy importante. Mi vida peligra.
La voz del hombre sentado frente a mí no muestra ningún tipo de emoción, lo que me hace desconfiar de él. Para más inri, me resulta extremadamente familiar.
-¿Me estás escuchando? – pregunta de nuevo, gritando- ¡Dime si lo conoces!
Miro con más atención la fotografía. Sí, si lo conozco. O al menos me resulta muy familiar.
-¡Contesta!
-No - digo con seriedad.
-Sí lo conoces. Me estás mintiendo. ¿Por qué me mientes?
-No miento. No lo conozco - repito, aunque una parte de mi me grita que sí lo conozco.
El hombre que tengo frente a mí grita de rabia mientras que yo me limito a sonreír, llena de satisfacción. Por algún motivo sé que, aunque lo conociese, el hombre que hay frente a mí no puede enterarse. Nunca.
Entonces siento el dolor, justo sobre la sien. Me llevo una mano a la cabeza en el momento en el que mi visión se nubla y se oscurece.
¿Qué me ocurre? Pienso en el hombre del autobús. ¿Habrá sido él? Tal vez debería haberle dicho la verdad. Tal vez debería haberle dicho que el rostro del hombre del periódico me resultaba muy familiar.
No. No podía decírselo. Por algún motivo, no debía.
He hecho lo que tenía que hacer.
Abro los ojos de golpe al mismo tiempo que comienzo a toser. Cuando relajo mi respiración miro a un lado y a otro. Estoy en una pequeña sala, sentada en un sillón, con un chico abnegado sentado frente a mí. La información comienza a navegar velozmente por mi cabeza. Me vuelvo a relajar y me tumbo de nuevo en el respaldo del sillón.
Nada de lo que he visto era real, tan sólo ha sido mi prueba de aptitud. El cuchillo, el perro, el rostro del periódico… Tan solo han sido imágenes introducidas en mi cabeza por culpa del suero.
-¿Cómo te sientes? - pregunta el chico abnegado que se ha encargado de controlar mi prueba de aptitud.
-Perfectamente – contesto, intentando no sonar irónica ni preocupada. Aún noto en la sien los latidos de mi corazón.
-¿Qué crees que ha salido en tu prueba? - pregunta mientras retira unos cables del ordenador que hay junto a la camilla.
-Osadía. – respondo rápidamente.
-Muy bien - dice sonriente - Supongo que siempre lo has tenido muy claro, ¿no?
-Desde que era pequeña. – y es verdad. No he necesitado fingir, como supongo que habrá hecho mi hermana en la otra sala. Tan solo he tenido que ser yo y demostrar finalmente lo que siempre he sabido que sería. - ¿Y tú? ¿Siempre tuviste claro que querías ser abnegado? - pregunto a la defensiva. Siempre me ha molestado que la gente hablase de mi futuro en esta sociedad de facciones. Me parece algo demasiado personal y privado, algo que define cómo es una persona demasiado bien. Que alguien te conozca no siempre puede ser bueno para ti. También conocerá tus defectos, tus límites.
El chico parece sobresaltarse ante mi pregunta, algo que no es de extrañar, pues los abnegados tienen prohibido hablar de lo referente a sus facciones o a sus pruebas de aptitud. Sería hablar de ellos mismos, lo consideran egoísmo
Tan solo lo hago para darme unos instantes de satisfacción, pero entonces veo como el chico lo piensa, perdiendo su actitud de abnegado durante unas milésimas de segundo. Nadie lo habría notado, o al menos nadie que no llevase dieciséis años viviendo con alguien como él.
-Sí - contesta, bajando la mirada, centrándose de nuevo en su trabajo y retomando su actitud de abnegado.
-Claro que sí - comento con ironía mientras bajo del sillón y camino hacia la puerta.
Él también es un divergente.


-¡Eleanor!
Veo a mi hermana al otro lado del pasillo. Viene corriendo hacia mí, aunque su rostro es confuso. Muestra una amplia sonrisa pero, por desgracia, bajo esa máscara, la sonrisa no muestra otra emoción que no sea desesperación. No deja de correr hasta que está a un metro de mí, con lo que acabamos chocando con fuerza, por suerte, mantengo el equilibrio e impido que ella se caiga.
No la he visto desde que entramos a la sala donde nos encontraríamos con nuestra prueba de aptitud. Recuerdo que lo último que le dije fue que actuara como una abnegada. De que salí, resultó que las demás pruebas aún no habían terminado y, sin perder un segundo de mi tiempo, decidí alejarme y perderme por los pasillos del colegio la hora que teníamos libre. Subí a las plantas más altas, a los laboratorios, y me senté en el alfeizar de la ventana, contemplando la distancia que me separa del suelo y de una muerte segura con admiración.
-¿Qué tal ha ido?
Tomo su pregunta, un tanto estúpida, como una señal para marcharnos. Sé que no quiere saber cómo me ha ido a mí, sino contarme cómo le ha ido a ella. La cojo de la mano sin mediar palabra y caminamos hacia las grandes puertas del edificio. Justo cuando estamos bajando los escalones, pasa el tren sobre el tejado de uno de los edificios colindantes. La marea negra se vuelve borrosa. Sale de las ventanas más altas del colegio, justo donde he estado hace yo hace tan solo quince minutos. Aterriza en el tejado del edificio que hay justo debajo y penetra en los vagones del tren abiertos, justo cuando éste pasa a toda velocidad por las vías.
-Es alucinante – oigo comentar a Chloe con una mezcla de fascinación y reproche, pero la ignoro. Estoy demasiado absorta en mis pensamientos y mis ansias por unirme a ellos.
Caminamos en dirección a la sede de Erudición. Noto las miradas inquisitivas provenientes de mi hermana pero yo sigo avanzando, sin soltarla de la mano. Cuando llegamos al parque que hay justo frente a la sede, el de los grandes monumentos de chapa, la suelto. Esta vez he elegido un monumento distinto con forma de banco que me permite sentarme y cruzarme de piernas mientras mi hermana pasea delante de mí, nerviosa y mordiéndose las uñas.
-¿Y bien? ¿Lo vas a soltar o qué? – pregunto desesperada.
-Estás loca – responde.
Me quedo mirándola, atontada.
-¿De qué hablas? – pregunto.
-Eleanor deberías pensar con la cabeza. Te ha salido Osadía, ¿verdad? – apenas me da tiempo a asentir con la cabeza antes de seguir hablando. Ha dejado de morderse las uñas y ahora se dedica a gesticular con las manos – No superarás la iniciación. Es una locura. Esos chicos y esa facción están locos.
-La que ha perdido la cordura eres tú – la acuso boquiabierta - ¿Qué pretendes? ¿Qué me quede aquí? Chloe tengo que marcharme a Osadía es mi lugar. Además, si crees que saltar desde un tren es una locura estás equivocada. He sobrevivido muchas veces a esos saltos.
Chloe se tapa los oídos y comienza a susurrar lo bastante alto para que pueda oírla.
-Ni se te ocurra mencionar lo que sea que hagas fuera de la casa por las noches. No quiero saberlo. Prefiero seguir en el desconocimiento respecto a ese tema.
-Puedes bajar las manos – la corto, lanzando un largo soplido – Chloe, yo ya sé qué haré el resto de mi vida. El tema que deberíamos tratar es el tuyo. ¿Qué ha pasado en la prueba? – vuelvo a preguntar.
-Fue increíble. – responde, y veo el brillo en sus ojos – En cuento entré, resonaron en mi cabeza tus últimas palabras. Supongo que apenas tuve que fingir – intento reprocharle que su elección debe ser Abnegación, que su parte abnegada es mucho mayor que su parte erudita o cordial, pero en cuanto ve que abro la boca para protestar me hace un gesto para que me calle – Cogí el cuchillo porque me parecía útil. El queso no es una comida abnegada, no se nos… se les permite comerla, ¿no? Después apareció un enorme perro y supe que tanto el queso como el cuchillo que tenía en la mano se necesitaban para alejar al animal. Me asusté. No quería matar al perro. Me arrepentía de no haber cogido el queso. Así que tiré el cuchillo y esperé a que el animal me atacara. Pero no lo hizo, porque yo sabía que no iba a hacerlo.
Ver la simulación desde el punto de vista de mi hermana me resulta asombroso. Yo casi ni recordaba quién era, sin embargo, mientras la simulación trascurría, mi hermana había tenido tiempo de recapacitar sobre todas las opciones que tenía y que podía haber tenido durante ésta. Era capaz de pensar, mientras que yo sólo podía actuar ante los peligros.
-Después llegó el autobús. El hombre comenzó a gritarme y ya sabes lo que pasa siempre que me gritan.
-Lloras. – respondo con una sonrisa maliciosa.
-Calla – dice, mirándome con mala cara – Pero le mentí, le dije que no lo conocía. Sentía miedo, pero no por mí. Yo no vi la amenaza de aquel hombre dirigida hacia mí. Sentía que si le decía la verdad, haría algo horrible. No sé a quién, pero aun así no podía permitirlo. Es increíble cómo la simulación puede medir tus nervios, tus momentos de duda… Todo. Si fuera por mí…
Entonces se da la vuelta y para contemplar el edificio de la sede de Erudición. Sus paredes son azules, como todo lo relativo a nuestra facción. Además, posee grandes ventanales que permiten entrar la luz. Sé lo que hay en el interior: ordenadores, libros, chicos con túnicas azules con gafas y chicas con vestidos azules y con gafas… y un gran retrato de Jeanine Matthews, la líder de nuestra facción.
-Eleanor – susurra mi hermana sin apartar la mirada – Este es el mejor lugar…
-Cállate – no se lo digo gritando, pero si en un tono más agresivo de lo normal - ¿Qué quieres? ¿Qué te maten? Pues quédate, yo no te lo voy a prohibir. Pero parece mentira que después de todo lo que averiguamos, quieras quedarte en este lugar de mentiroso y traidores.
-No todos son así – me corta, apartando la mirada del edificio. Ahora los ojos no le brillan de emoción, y me obligo a apartar la mirada para no abalanzarme sobre ella y pegarle por ser una chica tan débil.
-Los líderes sí. Los que tienen el poder lo son. Lucharán contra cualquiera que se les resista, como tú.
-Tú también te resistes a ellos – comenta, intentando sonreír. – Ahora mismo lo estás haciendo.
-Siempre me resistiré a ellos. Vivo para causarles problemas.
Con una amplia sonrisa me dejo caer sobre el monumento de chapa. Aquí, ahora, tumbada y relajada como nunca, sabiendo que mañana me marcharé de esta horrible facción, es el momento más feliz que he experimentado en mucho tiempo.
-El otro día leí que Erudición y Cordialidad son las dos facciones esenciales. Cordialidad aporta alimentos y Erudición el conocimiento.
Cierro los ojos e intento imaginarme un lugar sin osados. Sí, podría existir, pero el mundo sería mucho más aburrido y peligroso. Aunque Erudición siempre ha considerado que los oficios de Osadía, casi siempre defensa, no son efectivos al vivir en una sociedad pacífica, me esfuerzo en creer que algún día, los osados podrán usar las armas y defender aquello que aman y a la gente indefensa.
En mi interior susurro el manifiesto de Osadía: “Creemos en los ordinarios actos de valentía, en el valor que lleva a una persona a levantarse por otra... Creemos en gritar por los que sólo pueden susurrar, en defender a todos aquellos que no pueden defenderse a sí mismos.”
Osadía es necesaria, al igual que Abnegación y Verdad. Sin embargo, por una vez estoy de acuerdo con lo que mi hermana lee sobre las facciones. A la hora de sobrevivir, estas tres facciones son prescindibles. Al reconocer esto me siento flotando durante unos segundos sobre el vacío. ¿Dónde voy? Pienso en ir a Cordialidad o a Erudición y río ante la imagen. Mi lugar está en Osadía, como me ha dicho hoy la prueba de aptitud.
Como siempre he sabido.
-En eso tienes razón. Pero no se trata de sobrevivir, sino de vivir. Cada uno es libre de tomar una elección, y si el resto de facciones no fueran necesarias, solo existirían Erudición y Cordialidad. Y, viendo lo visto, no es el caso.
Me guardo para mí aquellos que están excluidos de la libertad. Mi hermana, junto al resto de divergentes, no son libres de elegir.
-Hoy he conocido a uno como tú – digo, rompiendo el silencio que se ha formado – Era el abnegado que llevaba a cabo mi prueba de aptitud. ¿Vas a decirme de una vez qué ha salido en la tuya?

-Abnegación.